Un cometa con corazón
Había perdido la cuenta de
las veces que había pasado por allí. No obstante volvió a recorrer con la vista
los paisajes que tenía ante sí. No había duda, no estaba equivocado. Era el
mismo lugar por el que tantas veces había viajado sin que nada hubiera hecho
iluminar la mirada de este cansado cometa.
Observó el acontecimiento:
una estrella nueva tiritaba en el horizonte más allá de la puerta de Tanhauser.
Es verdad que el cometa había visto nacer y morir millones de estrellas, pero
aquella era especial. Nada más verla este cometa que poseía unos ojos capaces
de penetrar más allá del resplandor ciego y clavarse en la luz hecha sueño,
supo que esa estrella era especial. Aquel resplandor tan especial no podía
equivocarle. Y aunque tenía la boca llena de alas de mariposas muertas y ojos
empapados en esa tristeza que se arremolina en vientos de fracaso, no pudo
evitar sentir de nuevo la llamada de que algo nuevo diera a su viaje un hálito
de esperanza que apagase tanta monotonía de cometas grises y de estrellas de
brillos iguales y de esperanzas despuntadas.
Así que volvió a romper su
camino de tantas horas desgastadas y se dirigió hacia aquel horizonte. Notó que
su corazón temblaba y sintió una sensación extraña de alegría y de temor. Vida
y muerte, esperanza y fracaso se arremolinaban en sus recuerdos que hoy eran
futuro. Pero aquel cometa de ojos tristes poseía un corazón de ternura
inagotable , así que a pesar de tantos recuerdos atados a la desesperanza, no
lo dudó ni un momento: debía ir porque la vida sólo llama y espera a quien la
sabe y la espera.
Enseguida oyó los coros
repetidos de cuantos cometas que presumían poseer la sabiduría que proporcionan
los años y la experiencia , advirtiéndole de su osadía. Emplearon cuantas
razones razonaban, viejos cánticos de rendición y miseria, a fin de indicarle a
nuestro cometa los peligros que le acechaban en tamaña decisión de romper el
camino marcado por las leyes infinitas del espacio. ¿Acaso no sabía por propia
experiencia ese cometa atrevido los males que siempre le había ocasionado el
alterar el orden tan sabiamente establecido? ¿ Acaso no era una temeridad que
un cometa con su experiencia no supiese que esa arrogancia estaba condenada la
fracaso?
No tardó mucho tiempo en
ignorar tales consejos. De hecho nunca prestó atención a ninguno que
colisionara con su corazón. El horizonte le llamaba y el pasado y su
experiencia de otros pasados se perdió entre el vapor de su alada estela. Alzó
su sueños y soñó cuanto alcanzan los sueños. Viajó a la velocidad del sentimiento
y casi colisionó con una estrella que por hacerse oír se colocó en medio de su
camino. Pero nuestro cometa sabía viajar entre el vértigo de la velocidad y la
esperanza y pudo evitar el contacto tomando un giro que evitase la envidia.
Al fin llegó.
Interrogante, ansioso, con el miedo pegado a su sentido y con la sangre
amotinada en el corazón. Cuando la vio supo que no se había equivocado: ¡era
tan hermosa! Observó sin embargo algo que le llamó poderosamente la atención:
la estrella estaba conversando con otros cometas en animada y vacía
conversación y no pareció al pronto que le prestara especial atención. El
cometa, algo tímido, con voz temblante se hizo presente. ¿Quién sabe? Quizás la
estrella no supiera como iniciar una conversación con un desconocido.
- ¡ Buenos días estrella! ¡ Buenos días hermanos cometas!- balbuceó , pues,
el cometa.
- ¡ Buenos días, hermano cometa!- respondieron los cometas y la estrella al
unísono.
- Pasaba en mi viaje equinocial y no he podido evitar descubrir esta nueva
y hermosa estrella- se atrevió a decir sonrojado el cometa.
La estrella le miró con cortesía y el cometa supo que le iba a responder.
Incendió sus sentidos y se apresuró a escucharla con devoción. Sin embargo la
respuesta de la estrella le llevó a una gran conmoción.
- ¿ Qué estrella?- dijo la estrella.
El cometa vaciló. No era justamente la falta de firmeza lo que
caracterizaba a nuestro cometa, pero: ¿Qué significaba aquélla contestación?.
La única posibilidad era, claro está, una respuesta bañada por la modestia.
Efectivamente aquella estrella era algo muy especial. Tomó aire y con los ojos
vergonzosamente perdidos afirmó:
- Me refería a ti.
La estrella miró a sus amigos cometas y leyó en ellos la misma incredulidad
que nacía de sus ojos. Después mirando a nuestro cometa le respondió:
- Debes estar equivocado. Supongo que será el cansancio del viaje, pero es
obvio que yo no soy una estrella: soy un cometa de la clase Centauri.
El cometa palideció . Su cola de vientos de sueño tembló. Al principio
pensó que se trataba de una cruel broma, pero al mirar con sus ojos de
esperanza a la estrella supo que no le engañaba. Su corazón pareció pararse un
segundo, pero era un corazón acostumbrado a la conquista en épocas de desgarro
así que se recompuso rápidamente y se dispuso a continuar aquella lucha por la
esperanza.
- No puede ser. Tu brillas y no como nosotros los cometas que tenemos un
mundo negro como aliado.
- Sí, pero eso me sucede porque yo soy de la clase Centauri- replicó con
decisión la estrella. Mientras los otros cometas movían la cabeza asintiendo y
desautorizando la impertinencia de nuestro cometa.
El cometa miró rápidamente en búsqueda de una respuesta a su alrededor. El
lugar estaba lleno de cometas que varaban allí su cansancio y su rutina. De
pronto se apercibió de algo que con la ansiedad del viaje no se había
percatado: no había ninguna estrella en millones de años luz de distancia. De
hecho el lugar estaba iluminado tan sólo por la estrella. Mientras se enredaba
en esos pensamientos oyó que la estrella continuaba:
- Todo el mundo lo sabe. Desde que nací me lo han explicado todos mis
hermanos los cometas de mayor edad y sabiduría. Estás en un error, cometa.¿ De
qué mundo extraño vienes?
El cometa se armó del coraje que le quedaba y con el último suspiro le
imploró:
- Pero tú brillas. Tu futuro es iluminar los caminos y la esperanza. Tienes
que saberlo: ¡Escucha tu corazón!
La estrella le miró desconcertada.
-¿Corazón?, ¿Qué es el corazón?
Los cometas giraron la cabeza para disimular una sonrisa. ¡Corazón! Qué
fantasías en manos de un pobre cometa. ¡Como si importasen esas fantasías! ¡
Pobre cometa infeliz! ¡ Qué lástima de futuro para un cometa tan hábil y
capacitado!
El cometa bajó los ojos. Sabía que había llegado tarde. El mundo del que
huía había llegado antes y había aniquilado aquel corazón que había incendiado
el suyo. Y el cometa sabía que nada es posible cuando el corazón ha olvidado
palpitar.
No dijo nada. Bajó los ojos y agonizando entre el aullido de las lágrimas y
el silencio del fracaso continuó su viaje. Nunca volvió a pasar por aquel lugar
donde perdió otro trozo de su sensible corazón.
Y cuentan las estrellas en las noches del ocaso que una lágrima que se
escapó entre los ojos del cometa ardió en un brillo inmortal cerca de la
estrella de quien el cometa se prendó a fin de evitar que este pasara por aquel
camino donde una estrella murió por no escuchar a su corazón