Camino de nada
Aquélla mañana, como cada
repetida mañana, volvía por aquel
camino siempre recorrido y siempre por andar. Sus ojos se deslizaban por el
suelo acompañados por la sombra de sus pasos de un ritmo cansino y desolado.
Debía estar lloviendo porque
notaba pequeñas gotitas de agua surcando sus mejillas. Con algo de vergüenza
cerró los ojos y lucho por contenerlas.
Su mente
divagaba entre pensamientos que arremolinaban su melancolía. Se dejó llevar...
Los recuerdos le llevaron a otros instantes en que era capaz de reconocer cada
una de las sutilezas escondidas en las luces con que cada amanecer le regalaba.
Aquellos días en los que todo lo iluminaba un nombre: su nombre.
Intentó recordar su voz pero el
eco del olvido se la había llevado. Buscó un te quiero de mujer entre su alma,
pero ya no sentía nada. Se esforzó entonces en imaginar su cara, aquella cara
de princesita que le embargaba, pero
sólo lo inundó un abanico de sombras sin rostros. Ya no le quedaba nada. No era
nada, nada reclamaba la altura del cielo y sus quimeras para sus ojos así que
siguió con ellos en el suelo, recontando sus pasos.
Pero... hubo un instante... Sí, hubo un
instante... Si acaso hubiera... Pero le faltó el valor y escondió esa osadía de
felicidad bajo un laberinto de palabras
crepusculares que le justificaron su cobardía. Seguía andando mientras se
maldecía. Siguió andando hacia nada, hacia la nada, con la compañía de sus
pasos vacíos y muertos
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