Salmo de noche
Y en la noche, cuando las sombras dibujan cuerpos
imposibles y el silencio grita su impotencia, más allá de todo intento, más allá de toda impotencia, más allá de
toda posibilidad, mi mano se alza y te busca Señor.
Se alza buscándote, se eleva sobrevolando, a través
del deseo de Ti, por encima de este mundo y de otros mundos, de cualquier otro espacio y tiempo, de
cualquier recuerdo, de cualquier sueño. Con casi un poder inagotable, que se
alimenta de inagotables sueños, recorre distancias infinitas con la esperanza
de un roce entre mis dedos y los Tuyos, un suspiro entre mi aliento y Tu
aliento, un suspiro de esperanza entre mi desesperanza y Tu paz.
Pero la noche, esa constructora de miedos disfrazados,
en esa constancia que dan las horas sin segundos, se vierte y ahoga el alma en
un cántico silencioso de derrota, en un mar de horizontes inalcanzables, en un
camino sin final y sin horizonte.
Y las sombras se quedan mudas y quietas, y el corazón
deja de palpitar un segundo, y mis manos caen entre un cruce de caminos de
dedos entrelazados. Los suspiros son ya apenas aire, los acaso, sueños
imposibles.
Cierro, los ojos. Es la hora del abandono. Y entonces,
en ese preciso momento del final de
todo acaso, de todo intento, es entonces, cuando noto que Tú llegas. Y sólo es
necesario abrir el alma y dejarte. Y oírte. Y sentir como el corazón se llena
de Tu espíritu y de Tu paz. Sólo entregarse a Ti, sólo morir en Ti, sólo amar
en Ti. Sólo un camino: el que te lleva hacia mí. Sólo una puerta: mi alma. Sólo
una llave: mi amor por Ti.
Y las sombras giran y se envuelven, y el silencio se
hace ligero y reconfortante, y el temor y la impotencia mueren de Tu mano.
Sólo en Ti, Señor, sólo por Ti Señor, sólo para Ti,
Señor.
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