Despedida
Reina la noche, y cuando los párpados atisban el latir de las
estrellas el recuerdo me lleva
irremediable a ti. Arrojo las pupilas al vacío de tu ausencia y penetro en el
laberinto del eco pedido de tus besos con la esperanza vana de que estés, en
esta noche que te llama, más cerca de mí.
Y la distancia se hace herida en
la sangre que se amotina en un pobre latido de un solitario corazón. ¿Y cómo
acallar este viento que no acaricia el vaivén de tu pelo en esa melodía
inalcanzable que suspira y te llama? ¿ Y cómo no recomponer los dibujos que la
noche ensaya adivinando tu cuerpo?
Vuela la noche. Recoge los suspiros de un te quiero
entrecortado y los acuna buscando el paraíso de tu boca, el ardor de los
gemidos de tu cuerpo, el sutil descanso del desmayo de tus brazos. Pero es el
reino de la noche . Tu distancia está ya más lejos del olvido y los besos se me pierden en el
abismo de un ya no te quiero entumecido. Me duele el alma. Levanto la mirada y
miro las estrellas, nuestras antiguas
estrellas. Sueño: Quizá.. Tal vez tú... Y una sonrisa melancólica se
vierte sobre una mueca descolorida.
Abro los ojos. Mi cielo ya sólo es mi cielo, y mis estrellas, sólo mis
estrellas.
Naufragan los recuerdos en la
noche. Pájaros negros trasladan nubes que se resisten a morir. El mar al fondo
suena suave y mortecino. Vuelvo sobre mis pasos pero aún escucho el eco de tu
ausencia. Miro de nuevo al cielo. Me sonríe cómplice, y yo, a su vez cómplice
le sonrío,: la he perdido, pero ella ha perdido más, ha perdido el paraíso de mis estrellas.
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